jueves, 2 de septiembre de 2010

Guacharacas en el mercado (Crónica periodística)

    Con el alba, entre las montañas, el frío y la neblina se levantan las lonas que cubren los numerosos tubos de los kioscos y tarantines del mercado de Colinas de Carrizal, ubicado hace 17 años en la Urbanización Montaña Alta de Los Teques. El grito de la guacharacas, pidiendo agua de lluvia, se confunde con el grito de los vendedores ofreciendo sus productos, como si fuera una competencia para ver quién grita más duro o quien vende más.
    Las personas de este sector ya estan acostumbradas al mercado, que nunca falta los jueves y sábados en la calle detrás de la iglesia de la Parróquia San Charbel. La misma toma vida propia de cuatro y media de la mañana (cuando llegan los vendedores), a doce del medio día, llenándose de diversos olores que sueltan las frescas frutas traídas, algunas, de El Jarillo, otras de la Colonia Tovar y algunas otras de El Junquito. Pronto al grito de los vendedores y las guacharacas se una la música proveniente del puesto de ventas de CD´S que siempre se ubica junto a la cancha de la urbanización, y así se ve desfilar a las personas por los 51 puestos del mercado tarareando las canciones del equipo de sonido y probando los duraznos, o cuanta fruta colorida haya en los huacales expuestos para ser vendidos.
    "Bases áereas y giratorias para los televisores", se escucha de pronto el grito de la voz de Carlos Zambrano, un hombre que desde hace cuatro años vende en el sector las bases de color negro donde se colocan los televisores, las cuales construye el mismo en su casa ubicada en San Diego de Los Altos. 2Quien no tenga en su casa su televisor montado en la pared en uno de esos parapetos que hace Carlos, no está en nada", dice la señora María, un ícono de la urbanización, la primera heladera que llegó al sector.
    Los habitantes de Montaña Alta tienen como costumbre desayunar empanadas los sábados en el puesto de Carmen Mendoza. Es el kiosco más grande y lleno del mercado. Su olor a jugo de naranjas recién exprimidas, de las empanadas recién fritas hipnotiza y atrae a todo aquel que pase por su área limítrofe, haciendo de su desayuno único en su especie.
    Así pasan las horas en la calle detrás de la iglesia, hasta que llega el final del medio día y todo queda en silencio. Ni los gritos de los vendedores, ni el grito característico de Carlos, ni mucho menos el de las guacharacas se escuchan. En lugar de ellas, quedan los pajarracos llamados Torditos, picoteando las cabezas de todo transeunte que pase por el lugar intyerponiéndose entre ellos y los restos de alimentos que quedaron en el asfalto, los cuales usan para alimentar a sus pichones que esperan en las ramas de los árboles que estan alrededor de donde nacerá, nuevamente, el mercado el sábado del fin de semana.   

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